jueves, 18 de abril de 2013


ESPAÑA, ¿RESERVA ESPIRITUAL DE OCCIDENTE?

 
Estos días, la Conferencia Episcopal ha vuelto a las andadas (grita a la desesperada, porque sabe que ya no se la escucha). La llegada del papa Francisco les ha llenado de desasosiego. España, otrora martillo de herejes, ha perdido protagonismo. Su fundamentalismo casa mal con la brisa franciscana que, al parecer, comienza a soplar en el Vaticano. ¡Ay, la cristiandad, impulsada por Juan Pablo II y Benedicto XVI, se viene abajo como castillo de arena, y se apuesta por volver al Vaticano II!

Rouco Varela (la voz bronca), Munilla (el obispo carca del Opus Dei), Jesús Sanz (arzobispo de Oviedo) y el inefable Reig Pla (¿extraterrestre llegado de Ganimedes?) y otros han vuelto a sus declaraciones archisabidas, sin que hayan enriquecido sus argumentos con aportaciones científicas. Piensan que, a estas alturas del siglo XXI, les basta con encasquetarse sus cucuruchos de magos para pontificar (¿despotricar?)… Sus discursos, de pensamiento único, me han evocado aquellos teólogos del siglo XVI (¡los tiempos del Concilio de Trento!) contra los que escribió el gran humanista Erasmo, referente de plena actualidad.

“… siguen satisfechos de sí mismos, aplaudiéndose mutuamente. Ocupados, día y noche, con estas embelesadoras memeces, no les queda ni un momento de ocio para dedicarlo a leer siquiera una vez el Evangelio… Y mientras malgastan el tiempo en estas solemnes tonterías de escuela, piensan que sostienen con sus argumentaciones a la Iglesia… Podéis imaginaros lo felices que son… cuando se constituyen a sí mismos jueces del mundo y exigen retractación si algo no cuadra con sus conclusiones explícitas o implícitas”.

 No hace falta remontarse a Erasmo, basta con leer este fragmento de la reciente carta del papa Francisco  al Episcopado Argentino:

Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar "la dulce y confortadora alegría de evangelizar".

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