martes, 12 de marzo de 2013


El Cónclave, a la luz de Erasmo

 
Acabo de ver por televisión a los cardenales entrando en la capilla Sixtina. La escena me ha recordado el bufo desfile de moda eclesiástica de Roma, aquella película que Fellini filmó hace más de 40 años, exactamente en 1972.
“¡Ritos y ceremonias!” hubiese exclamado Erasmo, irritado, de haber presenciado semejante espectáculo. Todo ese boato barroco: los ornamentos sagrados y casi teatrales (Erasmus dixit), el colorido, el desfile, los guardias suizos, los cantos, la iluminación, las pinturas del lugar, etc. es una bellísima explosión estética, una magnífica ópera ejecutada en un teatro excepcional, si se quiere; pero que nada tiene que ver con la religiosidad interior que Erasmo reclamaba para el verdadero cristianismo. ¡Ritos y ceremonias! Con esa expresión levantó su voz contra la religiosidad de la Iglesia romana del siglo XVI (la del concilio de Trento) más aparente que real.
 He aquí unas breves frases del Elogio de la locura sobre los cardenales:
Si los cardenales pensaran que son los sucesores de los Apóstoles, se exigirían a sí mismos la conducta que aquéllos observaron…
Si filosofaran, por poca costumbre que tuvieran de ello, y se preguntaran: ¿qué significa este albo vestido, sino la suprema y más eximia pureza de costumbres? ¿Y esta ropa de púrpura, sino el ferviente amor de Dios? ¿Y este ropaje exterior, flotante y de amplios pliegues… sino la inmensa caridad que debe extenderse sobre todos y socorrer a todas  las necesidades… resistiendo a los malos príncipes, y dando espontáneamente por el rebaño cristiano no sólo sus riquezas sino también su sangre?
Si reflexionaran sobre todo esto, repito, no ambicionarían el lugar que ocupan y lo abandonarían de buena voluntad, con lo cual llevarían una vida más laboriosa y más diligente, como lo fue la de los antiguos Apóstoles

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