domingo, 2 de junio de 2013


EL SEXTO: NO DIMITIR

 
Según nuestra sabiduría popular, “en España sólo dimite Benedicto XVI que ni es español ni está imputado”…
Si examinamos los argumentos de quienes se mantienen tan firmes en ese mandamiento, podremos medir, no su altura moral (que no debemos juzgar nosotros), pero sí su capacidad lógica. Eso nos permitirá deducir que: o son tontos (si se creen ese argumento) o mienten (si la cabeza les funciona como para percibir que el argumento no vale).
“Quieren amedrentarme y no me voy a amedrentar”.
 Pero la obligación de dimitir no brota de las aviesas intenciones de los acusadores, por bajas que sean, sino de la verdad de las pruebas aducidas. Si éstas son ciertas, no se volverán falsas por la mala intención de quien las esgrime. Decían los romanos que “la mujer de César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. Quizá nuestros políticos sean muy honrados, pero no se preocupan nada por parecerlo.
Bueno sería que esa “ley de semiopacidad” que prepara el gobierno (y que ellos llaman ley de transparencia, siguiendo la norma de cambiar el nombre de las cosas en vez de cambiar a éstas), precise legalmente que, la mera aparición de una acusación no impone ya obligación legal de dimitir; pero que si un juez ve indicios como para imputar, entonces la dimisión sea obligatoria para cualquier político. Aclarando que se obliga a renunciar a todos los cargos políticos; no sólo a aquellos más ornamentales o menos rentables…
Pero eso no basta. Deberíamos aplicarnos del refrán:”los pueblos tienen los políticos que se merecen”. Miremos si no a Italia: cuando a un señor (Berlusconi) se le sigue votando, resultan hipócritas los lamentos posteriores… Los ciudadanos, al votar, argüimos: será un sinvergüenza pero es nuestro sinvergüenza. Tal modo de razonar brota de un fundamentalismo religioso respecto de los partidos a los que sacralizamos convirtiéndolos en iglesias, siendo nuestro partido “la única iglesia verdadera”. Por eso buscamos a veces esta falsa escapatoria: “sí, ya sé que está mal pero el otro es peor”. Pues lo lógico no es que sigas votando al malo, sino que no votes ni al uno ni al otro. Y si crees que no hay más alternativas, entonces vota en blanco.
Si siguen sin dimitir, comencemos nosotros por dimitir de ellos. Al menos servirá para no ser cómplices de aquello mismo de que les acusamos.
(leído en el blog de José Ignacio González Faus - 1 Junio 2013)

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