lunes, 5 de agosto de 2013

el papa Francisco y las mujeres


LA IGLESIA ROMANA ES MACHISTA
 
No se pueden poner puertas al campo ni compuertas al río de la vida. Si las mujeres (70% de los fieles) se lo propusieran, la Iglesia católica cambiaría radicalmente o saltaría por los aires, hecha añicos. A continuación un extracto sacado del libro “El Evangelio de las munjeres”

Las mujeres de Aristófanes (“La asamblea de las mujeres”), cuatro siglos antes de que Cristo apareciese, constataban que todo andaba mal en el mundo de los hombres y decidieron coger ellas las riendas del poder. Instauraron una original comunidad igualitaria. Cada ciudadano debería aportar a la colectividad todo lo que le perteneciese; a su vez, tendría derecho al sustento y al goce del sexo, puestos también en común. Esta utopía comunitaria, pura fantasía de Aristófanes, la desarrollarían posteriormente Platón y otros filósofos.

Si mi padre vino a casa con esa comedia bajo el brazo fue porque, de algún modo, retrataba las preocupaciones de mi madre; y quiso gastarle una broma.

- ¿También tú, como Praxágora, pretendes soliviantar a las mujeres de Tyro para que tomen el poder en la Iglesia?  -se chanceó sin malicia alguna.

Mi madre hablaba de que un grupo de mujeres estaba dispuesto a plantear la candidatura de una mujer para suceder al obispo muerto. Mi padre, aunque no había recibido el bautismo ni pensaba hacerlo, estaba muy bien informado sobre las cuestiones de nuestra fe.

- No te rías, Pionio  -se molestó mi madre-. Si reivindicamos los puestos de autoridad en la Iglesia no es por afán de protagonismo sino porque así fue en un principio. Los obispos se han olvidado de que la igualdad entre hombres y mujeres fue una de las verdades esenciales de nuestra fe. ¿Dónde se había visto antes que un rabí escogiese discípulas y se dejase acompañar por ellas día y noche? Creo sinceramente que gobernaríamos mejor que ellos... ¿No hemos demostrado hasta la saciedad que sabemos administrar nuestras casas? ¿No fueron las mujeres las primeras en organizar las Iglesias...?

A continuación, como en una larga letanía, mi madre fue pasando lista de las venerables mujeres que habían dejado huella en las primeras comunidades cristianas. Habló de la inteligente Lydia, natural de Tiatira, en el Asia proconsular. La primera mujer que abrazó el cristianismo en Europa y convirtió su casa de Filipos en iglesia. De Dámaris de Tesalónica que, con otras mujeres principales de la sinagoga, fue el alma de aquella comunidad. De la celebérrima Priscila, líder por naturaleza. Ella y su esposo acompañaron al apóstol Pablo en sus viajes. Fundó y organizó Iglesias. Sus casas, tanto en Corinto como en Éfeso y en Roma, siempre fueron lugar de reunión de los cristianos. Esta mujer fue la que adoctrinó al filósofo Apolo, un maestro muy elocuente de Alejandría. ¡Qué inmensa labor desempeñaría esta mujer para que Pablo, en su carta a los cristianos de Roma, escriba que él y todas las Iglesias de los gentiles le deben eterno agradecimiento! De Febe, mujer de mucha valía y buena posición social, en cuya mansión se reunía la Iglesia de Cencreas. Ocupó el cargo de obispo y gobernó su iglesia con el beneplácito de todos. Como estas mujeres, hubo otras muchas en aquellos primeros tiempos que presidieron sus congregaciones con gran acierto y aprobación unánime. De una tal Junia, de la que Pablo escribió que fue judía como él, concautiva con él, cristiana antes que él, noble y distinguida entre los apóstoles. De Trifena y Trifosa. De Pérside. De la madre de Rufo, de quien el apóstol Pablo dice cariñosamente que fue como madre suya. De Claudia, mujer del senador Pudente y madre del obispo romano Lino. De Apia, en cuya casa se reunía la Iglesia de Colosas. De Julia. De la hermana de Nereo. De Evodia y Síntique. De Loide y Eunice. De Ninfas...

- Si los hombres  -concluyó mi madre-, que escribieron y manipularon los Evangelios a su favor, no han podido borrar todos esos nombres, ¿cuántas más mujeres, como éstas, no tuvo que haber?

- Que las mujeres jugaron al principio un gran papel, está fuera de duda  -le concedió mi padre, después de escuchar con secreta satisfacción su largo alegato-. Sin su apoyo económico y asistencial, Jesús no hubiese tenido la libertad de movimientos que tuvo. Tampoco se puede negar que presidieron y gobernaron las congregaciones de fieles que se reunían en sus casas por mucho que ahora los obispos quieran negarlo... Pero  -subrayó mi padre-, si queréis que el cristianismo se consolide y perdure, tendréis que aceptar las reglas de juego de nuestra sociedad que relega a las mujeres al interior de la casa. En esto, puede que los obispos sean mucho más prácticos que vosotras.

La conclusión a la que llegó mi padre no satisfizo a mi madre.

- ¿También tú, como el filósofo Aristóteles, has caído en ese tópico legendario, por no decir vulgar, de que la naturaleza niega a la mujer la capacidad de mandar? ¿Acaso autoridad y masculinidad son categorías substancialmente unidas e inseparables?

Mi padre, sorprendido de esta salida, le replicó:

- Grecia, cuna de la democracia, sólo concedió el derecho de ciudadanía a los hombres libres... Jamás incluyó en esta categoría a los niños, a los esclavos y a las mujeres... Muchos filósofos, antes y después de Aristóteles sostuvieron que las mujeres son inferiores al hombre por naturaleza, y, por lo tanto, incapaces de desempeñar puestos de autoridad... Esas ideas han calado y echado profundas raíces en nuestra sociedad... Yo admiro mucho, tú lo sabes, el temple de Jesús que se atrevió, él solo, a luchar por cambiar esas convicciones. Su fracaso fue rotundo. ¿Vais a ser capaces, tú y tus compañeras, de conseguirlo?

Mi madre, tomando pie de las últimas palabras, continuó, por su cuenta, el panegírico de Jesús.

- El Salvador defendió a las mujeres, a los pobres, a los miserables. Comió con todo tipo de gente. Frecuentó su trato, sin hacer acepción de personas. Se saltó las barreras sociales. Atacó duramente, hasta parecer despiadado, los vínculos que sostienen la familia patriarcal... Las cartas de Pablo hablan de unas mujeres que luchaban con fe para a obrar esos cambios... Trataban de construir en este mundo un reino de iguales del que la Iglesia sería el fermento… Una Iglesia, bien distinta por cierto, es la que están configurando los obispos…

- ¿Te has preguntado por qué? -como mi madre permaneciese en silencio, continuó- Ya te lo dije antes. Una cosa fueron las iglesias domésticas y otra, muy distinta, cuando esas iglesias saltan a la calle. Mientras todo se redujo al ámbito familiar, la autoridad de la mujer no fue cuestionada. Sus funciones estaban dentro de su cometido como gestora de la casa. Pero, al convertirse esas iglesias domésticas en corporaciones públicas, las cosas cambian. Tienen que atenerse a las reglas que rigen en nuestra sociedad y funcionar como cualquier otra institución similar. ¿Conoces tú algún gremio, concejo o comunidad, dónde manden las mujeres? Ni está bien visto ni ningún hombre permitiría tal cosa. Puede que eso sólo haya existido en la ficción, como en esa comedia de Aristófanes que te regalé.

- ¿Qué me quieres decir? ¿Adónde quieres ir a parar?

- Muy sencillo. Los obispos se han percatado de que las Iglesias, para que sean viables y puedan existir sin problemas con las autoridades, tienen que acomodarse a nuestras costumbres. ¡Es cuestión de supervivencia!

- Pero eso supondría traicionar las enseñanzas del Salvador; renunciar a uno de sus legados más valiosos...

- Esa es la disyuntiva que se os plantea a las mujeres. O contemporizáis con las costumbres de nuestra sociedad o lucharéis en vano por esa igualdad del hombre y la mujer. Yo creo que los obispos ya han hecho su opción; y vosotras, si os empecináis con vuestras ideas, os vais a estrellar contra la dura realidad.

Mi madre, volviendo a Aristófanes, citó un párrafo del coro que se sabía de memoria.

- Ahora es la ocasión de obrar con entera democracia  -recitó-, ya que nuestra República necesita un plan lleno de sabiduría y honradez.

- Temo que el pueblo no quiera aceptar ninguna innovación  -le contestó mi padre, repitiendo textualmente otro parlamento; y agregó-: ¿Sabes qué te tengo que decir? Si tuviese que elegir entre la comunidad de Aristófanes y la comunidad del apóstol Pedro, me quedo con la de aquél, más humana y alegre. La de Pedro me asusta… Los apóstoles parece que no se enteraron de los cambios que introdujo Jesús y continuaron anclados en su fe judía...

 

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