jueves, 21 de febrero de 2013


RATZINGER SE VA
 
        Benedicto XVI se va. Simplemente harto, impotente. Incapaz de dominar, de gobernar “su” Curia. ¿Speluca latronum, como diría Jesús? Que nadie vea en su renuncia mérito alguno: ni humildad, ni zarandajas. ¡Se va harto! Quizá por miedo insuperable a que le ocurra lo que le pasó al papa Luciani o que le obliguen a mantenerse subido a la cruz mientras agoniza, como sucedió con Juan Pablo II. Sádicos los hay en todas partes, y nada te digo si ese sadismo se disfraza de mística santidad…

Que un católico tan ultraconservador como Benedicto XVI  se baje del trono (que tan ardientemente deseó, sin calibrar las heces que habían en ese cáliz) evidencia hasta que punto el poder sagrado se puede hacer insoportable. Demasiados lobos, cuervos y víboras merodean a su alrededor… ¿Acaso el mismo cardenal Ratzinger, prefecto del santo Oficio, no formaba parte de ese sistema perverso? No nos equivoquemos, la Iglesia Jerárquica en sí es una institución antievangélica, aunque en ella haya habido y haya buena gente (¡pocos!).

El papa hubiese podido utilizar la infabilidad de la que se cree investido, para, en un rapto de cordura, echar por tierra el templo de Satán; y no dejar piedra sobre piedra.

Todo se andará. Ahí están las palabras de Jesús: de ese templo no quedará piedra sobre piedra.

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