martes, 5 de noviembre de 2013

¿El papa Wojtyla, santo? ¿Por qué no Reagan?

Juan Pablo II no es santo de mi devoción
 
 
El primer viaje de Juan Pablo II a Nicaragua en marzo de 1983 no sólo cuestiona la heroicidad de sus virtudes, sino que las echa por los suelos. He aquí algunos puntos que invitan a la reflexión.

Primero: Juan Pablo II había hablado de paz en los otros países de Centro América que acababa de visitar y pedido a los guerrilleros que depusieran las armas. En cambio, en Nicaragua, que sufría los crímenes y atrocidades de los guerrilleros de la Contra, evitó pronunciarse. ¿Por qué? Juan Pablo II no podía ignorar que los integrantes de la Contra provenían en su mayoría de las filas del dictador Somoza, y estaba promovida y financiada por la Administración Reagan. Además, los de la Contra iban gritando a los cuatro vientos: “¡El Papa está con nosotros!”. ¿Por qué Juan Pablo II no desmintió ese equívoco? ¿Por qué no condenó los crímenes de la Contra? Qui tacet consentire videtur (Quien calla, consiente). El papa, cuanto menos, pecó de silencio cómplice.

Segundo: los asesores de Juan Pablo II que prepararon ese viaje y sus discursos, habían utilizado un documento secreto elaborado por el nicaragüense Humberto Belli, fanático antisandinista. Dicho documento se lo facilitó el Nacional Security Council de los Estados Unidos. La actuación del papa en Nicaragua fue imprudente, injusta y antievangélica, quedando de manifiesto que se atuvo a las directrices políticas de los norteamericanos.

Tercero: El gobierno sandinista y los responsables del protocolo Vaticano habían convenido que, a su llegada al aeropuerto, el papa sería recibido por el presidente Ortega, y saludaría de lejos a los miembros de su gobierno; evitando así el encuentro con el sacerdote Ernesto Cardenal, ministro de Cultura. Al cardenal Silvestrini (de la Secretaría de Estado, que había llegado a Nicaragua una semana antes para ultimar los detalles), esa solución le pareció genial. Pero los designios de Juan Pablo II fueron otros. Saltándose todo lo convenido, pidió al presidente Ortega saludar individualmente a los ministros y éste, cogido por sorpresa, accedió. El papa, flanqueado por Daniel Ortega y el cardenal Casaroli, Secretario de Estado, fue dando la mano a los ministros. Al llegarle el turno a Ernesto Cardenal (sacerdote jesuita), éste se quitó su boina y dobló la rodilla para besarle el anillo. El papa, visiblemente enfurecido, retiró la mano y, blandiendo el dedo como si fuera un bastón, le grito: “Usted debe regularizar su situación”. Reprimenda que repitió dos veces. Todas las cámaras del mundo transmitieron semejante humillación.

La reprimenda del papa fue injusta, porque Ernesto Cardenal sí que contaba con la autorización de los obispos autóctonos. Esa reprimenda no fue un acto espontáneo sino premeditado. El propio nuncio de Nicaragua ya había prevenido a Ernesto Cardenal de que “algo” podría ocurrir, y que las cámaras de televisión estaban sobre aviso; lo que constituía una grave alevosía. El norteamericano Blase Bonpane escribió una carta abierta a Juan Pablo II diciéndole lo que tantos cristianos pensaron: que se había dejado llevar de la ira, que había faltado gravemente a la caridad, que había escandalizado a medio mundo y que debía pedir perdón públicamente al sacerdote por haberlo humillado.

Vienen a mi memoria una frase de Jorge Luis Borges que he leído no sé en que parte: “Las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste durante toda la vida”.

Cuarto: El papa en su homilía de la misa solemne, celebrada delante de más de 700.000 personas llegadas de todos los rincones de Nicaragua, mostró una agresividad indigna de un pastor de la paz. Agresividad que más que en sus palabras estaba en el tono acusatorio con que las decía, y aún las gritaba. Al comprender el pueblo que el papa hablaba contra los cristianos y sacerdotes de la revolución sandinista, reaccionó contra él, mostrándole a gritos su desacuerdo.

La visita del papa Wojtyla a Nicaragua, a mi entender, resultó una mancha negra en su biografía más que suficiente para paralizar sine die su beatificación-canonización. ¿Cómo se las habrán ingeniado el postulador de la causa y los redactores de su positio para escamotearla? Quizá se empleasen a fondo para tergiversar la historia. Quizá resumiesen en una línea aquel desafortunado viaje a Nicaragua o lo englobasen en el capítulo genérico, evanescente y triunfalista, de sus viajes apostólicos. Quizá adujeron que, de detenerse a analizar tan con lupa los hechos de su vida, se eternizaría el proceso… No me cabe la menor duda de que escamotearon ese viaje a Nicaragua, como han hecho con otros asuntos espinosos de su pontificado. La ira de Karol Wojtyla (aunque se la disfrace o justifique con el celo bíblico “zelus Domus tuae comedit me”) lo inhabilita como modelo de bondad, comprensión y misericordia.

Desde mi punto de vista, en los eventos de Nicaragua y el Salvador (caso del arzobispo Romero) confluyen y se entremezclan la política de Reagan, la CIA, la Teología de la Liberación, Polonia, el comunismo… Ese es el núcleo biográfico que retrata al papa Wojtyla tal cual era. Ahí se ve, con hechos incontrovertibles, que Juan Pablo II no fue un papa pastoral sino un papa político, un papa iluminado, tremendamente terrenal y ansioso de poder.

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