El primer viaje de Juan Pablo II a Nicaragua en marzo de 1983 no
sólo cuestiona la heroicidad de sus virtudes, sino que las echa por los suelos.
He aquí algunos puntos que invitan a la reflexión.
Primero: Juan Pablo
II había hablado de paz en los otros países de Centro América que acababa
de visitar y pedido a los guerrilleros que depusieran las armas. En cambio, en
Nicaragua, que sufría los crímenes y atrocidades de los guerrilleros de la Contra, evitó pronunciarse. ¿Por
qué? Juan Pablo II no podía ignorar
que los integrantes de la Contra
provenían en su mayoría de las filas del dictador
Somoza, y estaba promovida y financiada por la Administración Reagan. Además, los de la Contra iban gritando a los cuatro vientos: “¡El Papa está con nosotros!”. ¿Por qué Juan Pablo II no desmintió ese
equívoco? ¿Por qué no condenó los crímenes de la Contra? Qui tacet
consentire videtur (Quien calla, consiente). El papa, cuanto menos, pecó de
silencio cómplice.
Segundo: los asesores de Juan Pablo II que prepararon ese viaje y sus discursos, habían
utilizado un documento secreto
elaborado por el nicaragüense Humberto
Belli, fanático antisandinista. Dicho documento se lo facilitó el Nacional Security Council de los Estados
Unidos. La actuación del papa en Nicaragua fue imprudente, injusta y
antievangélica, quedando de manifiesto que se atuvo a las directrices políticas
de los norteamericanos.
Tercero: El gobierno sandinista y los responsables del
protocolo Vaticano habían convenido que, a su llegada al aeropuerto, el papa
sería recibido por el presidente Ortega,
y saludaría de lejos a los miembros de su gobierno; evitando así el encuentro
con el sacerdote Ernesto Cardenal,
ministro de Cultura. Al cardenal
Silvestrini (de la Secretaría de Estado, que había llegado a Nicaragua una semana
antes para ultimar los detalles), esa solución le pareció genial. Pero los
designios de Juan Pablo II fueron
otros. Saltándose todo lo convenido, pidió al presidente Ortega saludar individualmente a los ministros y éste,
cogido por sorpresa, accedió. El papa, flanqueado por Daniel Ortega y el cardenal
Casaroli, Secretario de Estado, fue dando la mano a los ministros. Al
llegarle el turno a Ernesto Cardenal (sacerdote
jesuita), éste se quitó su boina y dobló la rodilla para besarle el anillo. El
papa, visiblemente enfurecido, retiró la mano y, blandiendo el dedo como si
fuera un bastón, le grito: “Usted debe
regularizar su situación”. Reprimenda que repitió dos veces. Todas las
cámaras del mundo transmitieron semejante humillación.
La reprimenda del papa fue
injusta, porque Ernesto Cardenal sí
que contaba con la autorización de los obispos autóctonos. Esa reprimenda no
fue un acto espontáneo sino premeditado. El propio nuncio de Nicaragua ya había
prevenido a Ernesto Cardenal de que
“algo” podría ocurrir, y que las cámaras de televisión estaban sobre aviso; lo
que constituía una grave alevosía. El norteamericano Blase Bonpane escribió una carta abierta a Juan Pablo II diciéndole lo que tantos cristianos pensaron: que se había dejado llevar de la ira, que
había faltado gravemente a la caridad, que había escandalizado a medio mundo y
que debía pedir perdón públicamente al sacerdote por haberlo humillado.
Vienen a mi memoria una frase de Jorge Luis Borges que he leído no sé en
que parte: “Las palabras dichas en un
momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste durante toda la vida”.
Cuarto: El papa en su homilía de la misa solemne, celebrada
delante de más de 700.000 personas llegadas de todos los rincones de Nicaragua,
mostró una agresividad indigna de un pastor de la paz. Agresividad que más que
en sus palabras estaba en el tono acusatorio con que las decía, y aún las
gritaba. Al comprender el pueblo que el papa hablaba contra los cristianos y
sacerdotes de la revolución sandinista, reaccionó contra él, mostrándole a
gritos su desacuerdo.
La visita del papa Wojtyla a Nicaragua, a mi
entender, resultó una mancha negra en su biografía más que suficiente para
paralizar sine die su
beatificación-canonización. ¿Cómo se las habrán ingeniado el postulador de la
causa y los redactores de su positio
para escamotearla? Quizá se empleasen a fondo para tergiversar la historia. Quizá
resumiesen en una línea aquel desafortunado viaje a Nicaragua o lo englobasen
en el capítulo genérico, evanescente y triunfalista, de sus viajes apostólicos.
Quizá adujeron que, de detenerse a analizar tan con lupa los hechos de su vida,
se eternizaría el proceso… No me cabe la menor duda de que escamotearon ese
viaje a Nicaragua, como han hecho con otros asuntos espinosos de su pontificado.
La ira de Karol Wojtyla (aunque se
la disfrace o justifique con el celo
bíblico “zelus Domus tuae comedit me”) lo inhabilita como modelo
de bondad, comprensión y misericordia.
Desde mi punto de vista, en los
eventos de Nicaragua y el Salvador (caso
del arzobispo Romero) confluyen y se
entremezclan la política de Reagan, la
CIA, la Teología de la Liberación, Polonia, el comunismo… Ese es el núcleo
biográfico que retrata al papa Wojtyla tal cual era. Ahí se ve, con hechos incontrovertibles,
que Juan Pablo II no fue un papa
pastoral sino un papa político, un papa iluminado, tremendamente terrenal y
ansioso de poder.
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