¿QUÉ
PRETENDE LA IGLESIA ESPAÑOLA CON LAS BEATIFICACIONES DE LOS MÁTIRES DE LA
GUERRA CIVIL?
La Conferencia
Episcopal se ha opuesto a la ley de la memoria histórica porque “reabre
heridas” y canonizará a 500 eclesiásticos
(Interesante
artículo de Juan G. Bedoya del que hago un extracto)
Los obispos españoles, reunidos en asamblea plenaria desde el lunes, han aprobado un “mensaje” con motivo de la beatificación de “unos 500 mártires de la fe” durante la Guerra civil desatada en el verano de 1936 por un golpe militar que la jerarquía eclesiástica de la época apoyó con entusiasmo.
Desde
1987, cuando tuvo lugar la beatificación de los primeros -las carmelitas
descalzas de Guadalajara- han sido
beatificados 1001 mártires, de los cuales 11 han sido también canonizados.
Ahora, con motivo del Año de la fe – por segunda vez después de la
beatificación de 498 mártires celebrada en Roma en 2007 – se ha reunido un
grupo numeroso de mártires que serán beatificados en Tarragona en el otoño
próximo”.
Los obispos consideran esta beatificación
“una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la
sociedad”. “Vemos a los mártires como
modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón. Murieron perdonando. No hay
mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la vida”.
El
episcopado lleva décadas empeñado en elevar a los altares a miles de los que consideran
sus muertos en aquella contienda incivil, y, en cambio, la Conferencia
Episcopal se ha opuesto a la ley de la memoria histórica porque “reabre heridas.
Según
la Conferencia Episcopal, toda la II
República (1931-1939) significó para su iglesia “la última persecución
religiosa”, con 6.832 mártires, entre ellos 4.184 sacerdotes y 12 obispos.
La Conferencia Episcopal excluye de la relación a los curas fusilados por los
fascistas en el País Vasco.
La
ofensiva de la jerarquía católica para elevar a los altares a sus víctimas se
inició apenas proclamada la victoria del sublevado general Franco, el 1 de
abril de 1939. Pío XII, elegido Papa
un mes antes, lo proclamó en un radiomensaje 15 días después (16 de abril): “La
nación elegida por Dios acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista
la prueba de que, por encima de todo,
están los valores de la religión”. El pontífice rubricó esa admiración
nombrando al implacable dictador español protocanónigo de la romana basílica de
Santa María la Mayor.
Los
obispos de la época reclamaron de Roma una “beatificación colectiva”. Los
acontecimientos posteriores abortaron la operación. La derrota del nazismo y el
fascismo en 1945 obligó al Vaticano a retrasar una proclamación semejante,
temeroso de que la ceremonia se interpretase como una beatificación de la
dictadura criminal de Franco. Más tarde, muerto Pío XII, el obstáculo fue la
evolución de catolicismo, impulsada por el Concilio Vaticano II y, sobre todo,
por Pablo VI y Juan XXIII,
antifranquistas declarados. Este último llegó a prohibir que se pronunciara la
palabra Cruzada en su presencia.
Los obispos se enfadan si se les recuerda que
Franco utilizó a placer a su Iglesia. Víctimas, pero también verdugos, se dejaron
querer durante décadas por el llamado Caudillo, del que obtuvieron generosos
beneficios en años de terribles crímenes y penurias -fusilamientos, cárcel,
exilio, hambre y falta de libertades- para el pueblo español, en medio del
silencio, muchas veces cómplice, de la jerarquía de la confesión romana.
Mi apostilla personal A este propósito, me ha
venido a la memoria la novela “Otros
huesos”. Copio las reflexiones que sobre la guerra civil hace un alcalde republicano.
“Ni una sola vez escuché a un cura y menos a un obispo ponerse de nuestra
parte. Resignación, eso es lo único que nos predicaban. ¡Claro que la religión
es el opio con que los curas adormecen al pueblo! -exclamó por si yo tenía alguna duda al
respecto- Y llega el momento que el pueblo se harta de aguantar a esta ralea de
sanguijuelas insaciables y saca la rabia que ha ido acumulando en silencio
durante siglos. Y la rabia, lo estamos viendo, es tan tremenda que ciega a las
personas. Seguro que cuando se escriba la historia, se echará la culpa de esta
guerra a los comunistas, a los anarquistas, a los sin Dios. ¿Cómo quieres que
el pueblo crea y respete a Dios si Dios siempre ha estado de parte de los
fascistas? Milagro será si, al final de la contienda, quede una iglesia en pie
y un cura vivo… Mucho odio, Sebastián; demasiado odio. Lo peor es que los curas
y los obispos se sienten víctimas inocentes, como si nunca hubiesen roto un
plato. Y claman al cielo: “¡Nos persiguen los hijos de Satanás!” ¿Os habéis
preguntado alguna vez por qué se os persigue? ¿Te lo has preguntado tú,
camarada?
- Leyendo
los Evangelios -siguió con su perorata-,
me he emocionado más de una vez al escuchar las parábolas de Jesús y he llorado
al ver el amor con que ese hombre defendía a los desheredados y la fuerza con
que condenaba a los ricos y a los poderosos. De sus maldiciones tampoco se
libraban los sacerdotes, ya te habrás dado cuenta. ¡Qué mal uso ha hecho la Iglesia de la doctrina
cristiana para que los pobres, que Jesús adoraba y murió por defenderles, se
levanten ahora contra él y lo hagan responsable de sus calamidades y
sufrimientos!”
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