EL PAPA FRANCISCO Y LAS
CANONIZACIONES
Acabo de enterarme de que el papa Francisco piensa
canonizar a Juan Pablo II a la vez
que a Juan XXIII. También se ha dicho que tiene la intención de
beatificar al arzobispo Oscar Romero
y a Álvaro del Portillo, el sucesor
de Escrivá de Balaguer en la
prelatura del Opus Dei… ¿Qué intenta con esa mezcolanza? Porque salta a la
vista que los miembros de cada duplo poco tienen en común, por no decir que son
polos opuestos.
Hasta que llegó Wojtyla,
con su afán (capricho, diría yo) de llenar el cielo de santos, las causas
seguían un proceso lento, sereno, escrupuloso, sin quemar etapas. Con su
Constitución Divinus perfectionis
Magister de 1983, el ritmo se volvió frenético, loco. Los procesos se
redujeron a la simple redacción de una positio,
sin debates serios sobre la heroicidad de las virtudes, con total arbitrariedad
a la hora de seleccionar los testigos, con la dispensa de milagros, etc. De ese
modo, cualquier siervo de Dios que contase con influencias y dinero abundante para
afrontar los cuantiosos gastos y comprar algunas voluntades tenía la mitad del
camino recorrido. No obstante, muchas causas fracasan no porque sus
protagonistas no hayan llevado una vida virtuosa y sean merecedores de los
altares, sino porque sus postuladores
desconocen los entresijos y recovecos de la tramoya y dan palos de ciego. Lo
primero que los promotores han de averiguar es si la santidad de su patrocinado
concuerda con la santidad oficial vigente
en el Vaticano; de otro modo, perderán el tiempo y malgastarán su dinero. Cada
tiempo tiene su moda de santidad.
Hay verdaderos santos por los que hoy no se da un céntimo. Un ejemplo de lo que
digo: el arzobispo Oscar Romero,
considerado mártir en Latinoamérica. La Iglesia de los pobres que defendió hasta
derramar su sangre se da de bruces con la Iglesia que fomentó Wojtyla y Ratzinger. ¡La Iglesia de los
pobres no ha estado de moda hasta que ha llegado el papa Francisco! Como digo, para que un
personaje llegue a los altares hay que encontrar un relator que, como ocurre en el mundo de las novelas, sepa tejer
bien la trama y contar su vida y milagros de modo que encaje en la línea de la
santidad oficial. Si no acierta a la primera y la positio es rechazada, no tiene que desanimarse: todo es cuestión de
redactarla de nuevo, volviendo del revés lo que antes había escrito al derecho,
hasta presentar una hagiografía al
gusto de los cardenales que han de decidir. ¿Y qué decir de los milagros que se
exigen? El cupo se ha rebajado, se ha reducido a uno, como si los santos de hoy
fuesen más enclenques que en el pasado e incapaces de obrarlos. Ya no tenemos
santos que resuciten muertos, o recompongan cuerpos descuartizados, o vuelen
por los aires, o aparezcan en varios lugares a la vez. Los milagros de hoy están rebajados, abaratados. Los postuladores
sólo aportan curaciones de tumores, cánceres o cosas por el estilo. ¡Muchas
radiografías, análisis de laboratorio y literatura médica! En definitiva, nada
rotundo y concluyente. El caso de Escrivá
de Balaguer ha quedado como ejemplo flagrante de esto que digo.
A diferencia de otros tiempos, en que se respetaba la
independencia y buen hacer de la Congregación, con la llegada de Juan Pablo II quedó
completamente a merced de las continuas intromisiones papales. Wojtyla señalaba los individuos a
canonizar según sus intereses políticos y personales, y fijaba la fecha sin
importarle lo más mínimo la fase en que se hallase el proceso. Ratzinger, motu proprio o presionado por la Curia,
adoptó parecido punto de vista. ¿Seguirá por esa senda el papa Francisco? Puede que la Iglesia sea infalible y eterna pero el Vaticano es muy voluble y terrenal, y sus
criterios respecto a las canonizaciones ni son santos ni siempre los mismos.
Si, por otro lado, tenemos en cuenta que, por encima
de la heroicidad de las virtudes (heroicidad
dudosa en el caso Escrivá de Balaguer y
del papa Wojtyla), la finalidad que se
persigue al canonizar es poner como tipo de Iglesia la que defienden sus promotores.
La Curia y los movimientos ultraconservadores en el caso de Juan Pablo II. El Opus Dei en los casos
de Escrivá de Balaguer y de Álvaro del Portillo). No es lo mismo la Iglesia polaca, que el papa Wojtyla
impuso a todo el orbe católico, que la Iglesia de Juan XXIII, la del Concilio, diametralmente opuesta. Como nada
tiene que ver la Iglesia que promovía el arzobispo Óscar Romero y la Iglesia de Álvaro
del Portillo que patrocina el Opus
Dei. Expuestos estos considerandos, es inevitable preguntarse qué idea de Iglesia tiene el papa Francisco.
En este asunto nada
baladí de las canonizaciones, tengo la impresión de que el papa Francisco da
un paso hacia atrás; o una de cal y otra de arena. Al menos, adopta una
decisión ambigua. Está fuera de duda de que el papa Francisco, al ser elegido
pontífice, ha ido a parar a un nido de víboras que no se lo pondrá nada fácil. ¿Acaso
la sombra ultraconservadora de Benedicto XVI es demasiado alargada? Se ha
encontrado con una Iglesia dividida y con grupos enfrentados. Así las cosas,
es su obligación no fomentar ni mantener la división y el enfrentamiento, sino ayudar
a la tolerancia, el respeto, la unión. Ser
el papa de todos los católicos no es nada fácil pero no creo que sea
necesaria esa ambigüedad. El papa Francisco tendrá que pensar qué
tipo de Iglesia le conviene al mundo
de hoy y cuál va a ser el rumbo a seguir. Si ha optado por una Iglesia pobre y para los pobres no parece que
este tipo de Iglesia case muy bien con algunas de las canonizaciones en curso.
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