LAMPEDUSA
La
encíclica Lumen fidei
no ha sido escrita a cuatro manos, como admitió el papa Francisco en un gesto magnánimo y cariñoso hacia su antecesor. Excepto
unas pocas líneas, es enteramente de
Ratzinger. Pienso -ha comentado el propio papa Francisco- que es un pensador sublime, desconocido o al
que no entiende la mayor parte de las personas… La encíclica, al menos en algunas partes, puede ser
útil a quien está buscando a Dios y el
sentido de la vida.
Opiniones sobre esa Encíclica: culta, estilo recargado, de alta
teología, fuertemente doctrinal, discusiones refinadas de difícil comprensión
hasta para los teólogos. Encíclica idealista y desencarnada. Elucubrada por un her
professor erudito, aislado en su torre de marfil, que siente grima por la
calle y la esquiva no vaya a ensuciarse su impoluta sotana. Delata el miedo de Ratzinger a las consecuencias
políticas de la fe. No aborda la crisis de fe del hombre
de hoy, sus dudas: ¿Dónde estaba Dios en el tsunami que diezmó miles de vidas o
en Fukushima? ¿Cómo tener fe después de los millones de muertos en los campos
de exterminio nazis? ¿Cómo creer después de los miles de asesinados por las
dictaduras militares de los católicos Pinochet y Videla años? Retzinger no responde a estas preguntas;
tampoco
habla de los
pobres, de los pecados de injusticia… Su
encíclica, sin embargo, servirá para reforzar la buena conciencia de los sectores
más conservadores.
La encíclica
de Ratzinger a la luz del Evangelio. No es una nimiedad
constatar que Jesús no nos dejó ningún
papel escrito. Ni disertó sobre entelequias en que se enfrascaban escribas,
fariseos y los doctores de la ley. Habló simple y llanamente de problemas
humanos y terrenales (de la salud, de la enfermedad, del pan de cada día, de las
injusticias que soportaban los pobres, de la religión opresora, etc.). Dio un solo
mandamiento: “Que os améis unos a otros como yo
os he amado”. Pasó por este mundo obrando el bien y animó a sus
discípulos a hacer lo mismo. Ni se dedicó a hacer creyentes ni la fe fue lo
decisivo de su mensaje. “¿Tú crees que hay un solo Dios? También los demonios
lo creen y tiemblan”. En el juicio final queda patente
que no se nos preguntará por la fe: si fui creyente o ateo (¿De qué sirve que alguien diga
“tengo fe” si no tiene obras? Acaso podrá salvarle la fe?) Se nos juzgará por nuestras
obras, por nuestro amor al prójimo: Tuve hambre y me distéis de comer, etc. “Si
alguien dice amo a Dios y aborrece a
su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama
a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. La fe sin
obras está muerta, como lo reconoció el mismo san Pablo, y añade: “Aunque
tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas si no tengo amor, no soy
nada”.
Lampedusa y
el papa Francisco. Nada de elucubraciones evanescentes sino
palabras sencillas, inteligibles, llenas de compasión, evangélicas. Gesto de cercanía… queridos inmigrantes musulmanes…"Caín, ¿dónde está tu hermano?" ¿Quién es el responsable de
esta sangre? Todos y nadie. Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo
no tengo nada que ver, serán otros… Hemos perdido el sentido de la
responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que
habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano. La cultura del bienestar nos vuelve insensibles a los gritos de
los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada,
es más lleva a la globalización de la
indiferencia. ¿Quién de nosotros ha
llorado por este hecho y por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por estas
personas que estaban en la barca? ¿Por las jóvenes mamás que llevaban a sus
niños? ¿Por estos hombres que deseaban algo para sostener a sus propias
familias? ¡La globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de
llorar! Pidamos al Señor la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, sobre la crueldad que hay en el mundo, en
nosotros, también en aquellos que en el
anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como
este. Señor, pedimos perdón por quien se ha encerrado en su propio bienestar que lleva a la anestesia del corazón… por aquellos que con sus decisiones a nivel
mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas.
Por lo
expuesto, llego a la conclusión de que las palabras del papa Francisco en Lampedusa constituyen su primera encíclica. Dos
máximas de nuestro refranero no andaban desencaminadas: “Obras son amores y no buenas razones” y “Menos predicar y más dar trigo”
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