Yo soy de Juan XXIII. Yo soy de Juan Pablo II.
¿Hay alguien que sea de Jesús de Nazaret?
¿Qué intenta con esas mezcolanzas? ¿Quizá se
encontró con un hecho consumado (la canonización del papa polaco), y era mejor no
remover el asunto ni entrar en discusiones y aceptarlo como un mal menor? ¿Quizá
la canonización de Juan XXIII (que
no debe de contar con excesivos partidarios dentro de la Curia vaticana) la impuso él papa Francisco, dispensándole del milagro preceptivo, para
contrarrestar de ese modo el excesivo y mediático protagonismo del papa polaco?
En
el Vaticano, el papa Francisco tiene
demasiados frentes abiertos: La reforma de su Curia, con cardenales
recalcitrantes. La transformación del banco vaticano, cuyo secretismo y
opacidad tantos quebraderos de cabeza le producen. Las remociones de cargos (promoveatur ut removeatur) dentro y
fuera de Roma sin demasiado donde escoger, ya que sus antecesores lo dejaron
todo atado y bien atado (Rouco, sin
ir más lejos). No está el horno para bollos, debió de pensar el papa Bergoglio.
Salta a la vista que, como personas, Juan XXIII y Juan Pablo II tienen muy poco en común; y en su idea y proyecto de
Iglesia difieren diametralmente. Uno convocó el concilio Vaticano II y el otro
se lo desbarató, retrocediendo a Trento. Juan
XXIII abogaba por una Iglesia evangélica y de servicio. Juan Pablo II añoraba la cristiandad
medieval, y apostó por una Iglesia de poder. En el siglo XX le hubiese gustado
ser un Inocencio III, el primero en
considerarse “Vicario de Cristo” y reclamar
para la Iglesia la plenitud de potestad (plenitudo potestatis) sobre la Cristiandad y sobre el mismísimo Emperador
o poder político. O un Gregorio VII el
del “Dictatus Papae”. O un Bonifacio VIII, el de la bula Unam Sanctam que los historiadores
consideran una de las declaraciones más petulante y soberbia de la supremacía
temporal y espiritual que jamás se haya atribuido el papado.
Hasta que llegó Wojtyla, con su antojo de llenar el cielo de santos, los procesos eran
lentos y escrupulosos, sin quemar etapas. Con su Constitución Divinus
perfectionis Magister de
1983, el ritmo se volvió frenético, loco. Con “sus” canonizaciones ¿intentaba
que la gente tuviese referentes a imitar o fuese más buena? Tengo para mí que esas
“glorificaciones” eran auténticas campañas publicitarias y de marketing que
tenían por objeto y fin vender las bondades de una institución que hacía agua
por todas partes… En esta misma línea wojtyliana
se ha movido y se mueve la Conferencia
Episcopal Española con sus mártires. Son intentos intencionados de volver a
la Cristiandad medieval de Cristo Rey. (Christus
vincit, Christus regnat, Christus imperat… ¿se acuerdan?)
Los procesos de canonización sin
debates serios sobre la heroicidad de las virtudes, con total arbitrariedad a
la hora de seleccionar los testigos, sin rigurosidad biográfica, etc. se han reducido a la simple redacción
de una “hagiografía” (una novela
piadosa, como las vidas de santos que se leían antaño). Precisamente por
los cambios introducidos por Juan Pablo
II, el listón de la heroicidad de las virtudes y de los milagros (¿qué son
los milagros?) no sólo se ha bajado, sino que se ha venido abajo.
¿Quizá el papa Francisco ha querido pregonar urbi et orbi que él (jesuita) y la Compañía de Jesús, llevados de
la magnanimidad de la que careció el papa Wojtyla,
no le guardan ningún rencor; y de ahí el placet
a su canonización?
Tal vez tengamos que descubrir el significado de
estas canonizaciones a la luz del “discernimiento”
(juicio por medio del cual percibimos la diferencia que existe entre varias
cosas), tan valorado por San Ignacio
y los jesuitas. El papa Francisco en
sus confesiones al jesuita Spandaro
(Civiltà Cattolica) ha dicho que él entiende el servicio a la Iglesia
universal a través de ese instrumento, habida cuenta de las circunstancias de
lugar, tiempo y personas; y puesta la vista siempre en el horizonte. En este
contexto, el papa Francisco cita a Juan XXIII quien adoptó la siguiente norma
de gobierno: “Omnia videre, multa
disimulare, pauca corrige”. Quizá estas polémicas canonizaciones entren de
lleno en los apartados de disimular muchas cosas y corregir, pocas.
Sea
cual fuere el intríngulis de estas canonizaciones, no perdamos de vista que lo substancial
de su pontificado, ya lo dejó claro desde sus inicios: “Busquemos
ser una Iglesia que encuentre caminos nuevos”.
¡CAMINOS NUEVOS!
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