EL ENFERMO HANS KÜNG Y EL GRAN INQUISIDOR
Hans
Küng, el gran teólogo católico, tiene 85 años y sufre una enfermedad de
Parkinson degenerativa muy avanzada. Ante el temor fundado de que la enfermedad
destruya en él lo que considera una vida digna y humana, ha confesado: “No estoy cansado de la vida sino harto de
vivir”. Ha proclamado el derecho del hombre a morir dignamente de muerte
asistida. Ha reabierto el debatido tema de la eutanasia.
Pero no es la eutanasia el motivo de
mi breve reflexión, sino las declaraciones que, sobre el caso Hans Küng, ha vertido, G. Müller, Prefecto de la Doctrina de
la Fe (antiguo Tribunal de la Inquisición / Santo Oficio). Lejos de meterse en
la piel del otro, de tratar de entenderlo, de compadecerse, de atenderlo, acompañándolo
en su dolor y trance supremo, ha reaccionado
con la inhumanidad a la que nos tiene acostumbrados esa funesta institución. Lo ha juzgado de acuerdo con la normativa
vigente del viejo Santo Oficio,
recordando al teólogo suizo que Dios es el único dueño de nuestra vida, y que
por tanto la eutanasia no es ética ni legal.
Veo una contradicción entre la actitud
de este Inquisidor y la postura evangélica que el papa Francisco ha proclamado públicamente: ¿Quién soy yo para juzgar a
nadie? Sus palabras han causado asombro, por lo insólitas y osadas. Sin
embargo, esa doctrina responde a las enseñanzas de Jesús: “No juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt.7,1).
“Amigo, ¿quién me ha hecho juez entre
vosotros?” (Lc
12, 13-14).
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