TÀPIES
Y EL PAPANATISMO
La Real Academia
Española de la lengua define el papanatismo como actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva,
simple y poco crítica. En ese sentido lo tomamos aquí. El País de ayer (4/10/2013) publica un artículo de Tereixa Constenla a propósito de que el
Guggenheim Bilbao acoge una gran
muestra de ese artista. Siempre me ha parecido que sobre Tàpies (y no sólo) hay mucho papanatismo. Según algunos críticos que permanecen en el
anonimato para evitar represiones: “Tàpies lo que verdaderamente amaba
era el dinero, si hubiera amado el arte hubiera sido algo más exigente con la
calidad de sus obras, que además de pueriles son reiterativas hasta la
saciedad, un producto del marketing”. Que cada cual opine como quiera. Esto me ha traído a la
memoria un capítulo de mi novela “Aurelia
Sonsoles, una alcaldesa redonda” que hace referencia a Tàpies. Lo extracto a continuación como recreo, pasatiempo y solaz
de mis lectores.
LA
NUVEL VAGUE DEL EXTREÑIMIENTO
- Cuando llegue ese día -había dicho la alcaldesa a
sus concejales- hay que estar a la altura de las circunstancias. Sin embargo,
me inquieta que nuestros conciudadanos y conciudadanas hayan perdido su amor
por el arte. ¡Habrá que hacer algo, Benedicta!
Doña Benedicta-Tu-Eres organizó a los pocos días una
magna exposición de arte postmoderno. Antes de abrirla al públio, dio una
conferencia con proyección de diapositivas en pantalla gigante y sonido
dodecaédrico al claustro de profesores,
- Las obras de arte aquí expuestas -les dijo entre otras muchas cosas- son la
negación de la univocidad clásica, a la vez que fiel reflejo de la
sinonimización de la otredad. Para ello, los artistas han empleado una
semiótica que aísla la representación visual mítica de lo que sería una simple
y vulgar visualización magnética del “autre art”. Vous comprenez? -se le
escapó. Por el silencio que reinaba en la sala, doña Benedicta-Tu-Eres dedujo
que la audiencia estaba entregada- La importancia trascendente del automatismo
psíquico y el mondus faciendi
sígnico-cultural se plasman en técnicas matéricas cuya especificidad epigonal,
riqueza cromática, textura telúrica y elegancia compositiva, superan los
recursos descriptivos casi a nivel estratográficos, de toda la pintura
anterior, desde Rafaello hasta nuestros días…
-hizo una pausa- Federico, pasa a la otra dispositiva que se verá mejor.
Clic-cla, pasó a la otra diapositiva.
- Ésa no, que está al revés.
Clic-clac, la puso panza arriba.
- ¿Tú qué ves? Yo diría que es un orinal colmado de
mierda que chorrea por todas partes.
- ¡No seas bestia! Está claro que no has entendido
nada.
Prosiguió doña Benedicta con su lección magistral,
paseándose arriba y abajo por la tarima. Cada vez que cortaba con su cuerpo el
haz del proyector, en su cara aparecía empotrado el orinal del cuadro.
- Te das cuenta, pura mierda hiperrealista.
- Los autores aquí representados, con su temática
varia y dispárica técnica -siguió,
entusiasmada, la directora-, coinciden en los mismos registros de refrescante
factura, formas y colores orgánico-esquematizantes y una carga simbiótica de
honestidad metasomática, de la que, por desgracia, prescindieron los pintores
del Quinquecento italiano…
Los docentes jóvenes y los más viejos se miraron perplejos, sin atreverse a
carraspear.
- Es verdad
-unos cabeceaban como cabestros, dándoselas de entendidos.
- Non capisco niente
-dijo, levantando un poco la voz, el profesor de italiano.
- Merde!
-exclamó, filosófico, el profesor de Matemáticas.
Los más, acunados por el sonsonete de la Benedicta y la penumbra
de la sala, dormían plácidamente.
A la salida de la conferencia, un diletante con
ínfulas, expresaba su opinión:
- A decir verdad, yo me he perdido un poco en lo de
la sinonimización de la otredad, pero, por lo demás, muy bien. La conferencia
ha sido maravillosa.
- Paparruchadas, eso es lo que ha dicho esta
señora -declaró sin ambages el profesor
de Lengua.
Entraron a la sala de la exposición. Doña
Benedicta-Tu-Eres les iba haciendo puntuales observaciones sobre la marcha:
- Fíjense en la sutileza de ese trazo telúrico. Con
qué rotundidad Pere Pons afirma sus convicciones eco-políticas… Se diría que le
salen de lo más hondo del alma.
Todos se afanaban por meter las narices en el
cuadro.
- Vean esa masa amazacotadamente cromática. ¿No
sienten la angustia psicótica de la libertad humana?
¡Ooooh! exclamaban algunos. Otros, menos
afortunados, confesaban no ver absolutamente nada y, con encomiable humildad,
pedían a la Virgen de Fátima que les abriese los ojos.
- No es cuestión de abrir los ojos -intervino doña Benedicta al ver que algunos
se ponían colirios para dilatar sus pupilas-; por el contrario hay que
cerrarlos casi del todo y mirar a través de esa rendija. Así, así, como los
chinitos… -hecha esta aclaración,
siguió-: Miren la verticalidad truncada de ese marrón y cómo los rojos, ocres y
grises desafían el equilibrio de la atmósfera esperpéntica del cuadro. Pocos
como Sanderson han alcanzado la cima más pura y dionisíaca de la abstracción.
Quizá nuestro ínclito Tàpies con sus
trazos rotundos y cristológicos.
- Pues yo sólo veo un trozo de saco y unos
periódicos viejos y arrugados; por cierto, periódicos del año del catapún.
- Calla, Méndez, que tú eres un pueblerino -le disculpó un colega.
Dona Benedicta se sintió profundamente dolida y
humillada por aquel comentario. Parpadeó con sus pestañas cargadas de rimel y
con su mirada atigrada fulminó al pobre maestro de pueblo.
- No se hizo la miel para la boca del asno -oyeron algunos que dijo; a otros les pareció
escuchar-: No se echan las margaritas a los cerdos.
Bien fuese asno o cerdo el insulto que entre dientes
dirigió al docente rural, lo cierto es que doña Benedicta cerró su boca, y
tanto apretó sus labios siliconados que formaron una especie de chorizo rojo;
puro chorizo ibérico. A partir de ese momento ya no dijo ni mu. Al despedirse,
la conservadora del museo les recomendó que volviesen con sus alumnos.
Los maestros, deprimidos, decidieron reciclarse y
ponerse al día; se suscribieron a una revista de arte que se vendía en los kioscos
por fascículos; y cada jueves, en vez de las prácticas de sexología,
proyectaban a sus alumnos vídeos de arte porstmoderno. Aurelia, la alcaldesa, en
su línea de promover la cultura, creó el Día
de las Bellas Artes. Cada año se celebraría con actos festivos a los que
asistiría personalmente para darle mayor lustre y relieve. Aquel año, cuando
llegó el Día de las Bellas Artes, la
alcaldesa con toda la corporación municipal se dirigió al gran museo de la
ciudad. A sus puertas la esperaban Benedicta-Tu-Eres y una multitud de
escolares con sus padres y profesores. Bajó Aurelia de su flamante bicicleta
con gran regocijo de su sillín e inmediatamente fue a saludar a la directora
del museo.
- Muá, muá
-dio dos sonoros besos al aire, procurando no estropear el maquillaje de
su amiga-. Chica, ¿quién te ha preparado la mascarilla de rejuvenecimiento que
llevas puesta?
- Si me guardas el secreto, te lo digo.
- Soy una tumba.
- Giorgio Mariconelli, el que hace los vaciados a
los prohombres que finan.
Mientras intercambiaban estos saludos de bienvenida,
la banda musical interpretó un himno compuesto ex profeso para la ocasión a
base de ruidos, golpes, chirridos, pitidos y desafinamientos. La gente veía la
pasión con que los músicos se aplicaban a aquella extraña partitura, pero no
entendían nada. Al finalizar, no sabían si aplaudir o echar a correr. Optaron
por correr a palos al director y su banda. Aurelia, para calmar los ánimos y
evitar una carnicería, se subió al monumento “A la libre expresión” (una escalera desvencijada apuntalada con
viguetas de cemento) y gritó desde lo más alto:
- Conciudadanos, calma y serenidad -su voz le salió zarrapastrosa y las erres
tremendamente guturales, como si la lengua la tuviese sucia,-. Don Guperto
Cascales ha interpretado el himno a las Bellas Artes, que él mismo ha
compuesto. ¡Tremendamente original! No creáis que no tiene mérito desafinar y
armonizar a la vez todos los instrumentos. Seis meses se han pasado ensayando
todas las tardes. Lo que ocurre es que nuestros oídos no están habituados a
esta música postmoderna, y muchos (lo digo sin ánimo de faltar) quizá tienen
tapones de cera en sus orejas -hizo una breve pausa-. Para evitar futuros
sobresaltos, crearemos también el Día del
Buen Oído; así, poco a poco, lo iréis afinando.
Los concejales, que durante 180 días habían sufrido
los terroríficos ensayos, acudieron a la exposición con tapones de oídos
puestos, por eso fueron los únicos que aplaudieron la interpretación. Ya todos
más calmados, Aurelia se dispuso a cortar la cinta inaugural que, para evitar
disputas, la había encargado de 25 metros , de ese modo, ningún concejal se
quedó sin el recuerdo. Cortada la cinta, doña Benedicta y doña Aurelia, cogidas
de la mano, entraron en el museo. Las dos llevaban pamelas desproporcionadas,
de tal modo que continuamente chocaban e impedían ver los cuadros a los que
venían detrás.
- Fíjate, Aurelia
-la tuteó familiarmente la directora- en ese vigoro trazo.
- Parece hecho con brocha gorda.
- Efectivamente. Es lo que se conoce como la técnica del pincel agresivo. Los autores
postmodernos la utilizan mucho como revulsivo al pincel rafaelesco, demasiado convencional y sensiblero.
- Visto un cuadro, vistos todos -comentó por lo bajini un concejal que se
escaqueó a la cafetería.
Aún no habían pasado a la segunda sala, cuando llegó
fuera de sí Pascual Daoiz, vigilante del museo.
- ¿Qué pasa Pascualón? -le preguntó doña Benedicta, torciendo el
cuello porque su pamela le impedía verlo.
- Unos niños han descompuesto el Armario
de Tàpies.
En ese mueble
se acumulaban en desorden calcetines, pantalones, chaquetas, pañuelos y
camisas, tan reales que despedían un olor pestilente.
- ¿Quéeee? ¡Mein Gott, esa obra no la cubre el
seguro!
Las dos pamelas, cimbreantes, corrieron al lugar de
los hechos. Unos escolares, al ver el armario desventrado y la ropa sucia por
los suelos, la habían recogido y metido en el armario.
- Qué Katastrophe, mein Gott! -exclamó en alemán por estar muy bien visto
en el círculo en que ella se desenvolvía; y se desmayó.
- Así quedaba la sala más aseada -razonaron con
sentido común los niños, sorprendidos por el revuelo.
Le dieron sales a la Benedicta, le enderezaron la
pamela y la ayudaron a ponerse otra vez sobre los tacones de aguja.
- ¿Pero qué pasa?
-le preguntó Aurelia, que tampoco alcanzaba a comprender.
- Imagínate
-le dijo mientras discretamente se recomponía el pelo y la mascarilla,
ayudada de un espejito-. El autor de la obra
Armario con ropa raída de presos políticos murió hace dos años. ¿Quién
puede ahora recomponer el original? ¿Quién puede desparramar por el suelo las
camisas y los calzoncillos con la creatividad que él lo hizo? Estos niños son
unos Bilderstürmer,
- Bilder ¿qué?
- Unos iconoclastas, han destrozado una de las
mejores obras de arte de este siglo.
- No te lo tomes tan a pecho, Benedicta-Tu-Eres. Los
niños lo han hecho con la mejor intención. Además, había algunos calzoncillos
que pedían a gritos una lavadora.
-Precisamente en esos calzoncillos sucios, cagaléricos, residía la máxima
originalidad de la composición.
- De todos modos
-trató Aurelia de tranquilizarla-, si abres de nuevo el armario y echas
otra vez por el suelo la ropa sucia, la gente no se va a enterar si el cuadro
original era así o asá. La gente no hila tan fino.
- Aurelia, es cuestión de sensibilidad… De todos
modos, lo vamos a intentar.
Doña Benedicta-Tu-Eres dirigió la reconstrucción del
cuadro. Con gran esmero, y guiándose por la fotografía que aparecía en el
catálogo, desparramaron por el suelo las camisas, camisetas y los calzoncillos cagaléricos.
- Ves qué compuesto ha quedado todo.
Aurelia se recolocó su cimbreante palmera y
prosiguieron el recorrido, pasando a la siguiente sala.
- ¿Y eso? -señaló,
enfadada, la alcaldesa- ¿No han tenido tiempo de guardar esas cajas de embalaje
en el almacén?
- ¡Aurelia!
-exclamó, escandaliza doña Benedicta- Es la escultura del famoso
Navarrete el ciego.
- ¿Y qué representa?
- ¡Nada!
- ¿Nada de nada?
- Bueno, algunos expertos ven en ese montón de cajas
vacías, La España
invertebrada de la que hablaron Ortega y Gasset. Si te fijas, aquella
pequeña con la abolladura es Gibraltar; aquella otra, Cataluña, esta de acá, un
poco espachurrada, Castilla La Mancha…
- ¡Quién lo diría! ¿Y ese cuadro? -señaló la alcaldesa una tela de colores
tétricos, tachada con una gran cruz roja, que colgaba sola y solemne de una
pared- ¿Qué ha pasado? ¿Algún sabotaje? ¿La ha embadurnado algún gamberro?
- ¡¡Es La gran Europa de Antoni Tàpies!!
Nos la ha prestado el Georges Pompidou.
Aún con la exclamación, rezumándole en la boca, llegó
corriendo, con la lengua fuera y babeante, otro vigilante del museo.
- ¡Señora Jiménez de La Marjal , se ha electrocutado
un niño!
- Qué Katastrophe, mein Gott -se echó las manos a la pamela- Eso ha sido La Sierpe Sideral -y se fue corriendo hacia allá, seguida de
Aurelia.
La Sierpe
Sideral era una escultura eléctrica compuesta por elementos fluorescentes
de distintos colores en forma de zig-zag. Su autor, el famosísimo Sir Shit Asshole, había pasado ocho días con sus correspondientes noches disponiendo
en el pavimento uno a uno los ciento cincuenta tubos de que se componía. Cuando
doña Aurelia doña Benedicta llegaron, aún chisporroteaba por varios puntos la
instalación.
- Ooooh la
unfortunate Sidereal Snake -exclamó doña
Benedicta, agarrándose fuertemente del brazo de Aurelia para no caer al suelo
con otro de sus desvanecimientos.
- Señora Jiménez de La Marjal -le dijo el electricista del museo- ya le
advertí yo a sir Asshole que los tubos por el suelo eran un peligro. Le propuse
colgarlos por las paredes, como debe ser, incluso del techo, pero sir Asshole
erre que erre. Es un cabezota.
Benedicta-Tu-Eres, sin tener en cuenta que en un
rincón berreaba, medio electrocutado, el escolar, se lamentaba
desconsoladamente.
- Aurelia, no tengo la menor duda de que hay una
conspiración contra mí.
- ¿Conspiración?
- Si, ma cherí; una black hand. Me han estropeado de forma irrecuperable el Armario de Tàpies y ahora la Sierpe
Sideral.
El electricista, por su cuenta y para evitar mayores
males, desenchufó los cables; y doña Benedicta no tuvo más remedio que cerrar
temporalmente las salas.
- Esperaremos a que sir Shit Asshole regrese de Viena y pueda recomponer La Sierpe Sideral.
Los comentarios de los visitantes hirieron los oídos
de doña Benedicta, sobre todo porque procedían de menores sin malicia.
- Mira -decía
una jovencita a su compañera, señalando un precioso marco vacío-, aquí se han
olvidado de colocar cuadro.
- No, mujer. Aquí dice: Visión infinitesimal del Abismo. 1ª Aproximación.
Poco a poco se rompió el silencio reverencial del
inicio. Ya nadie se privaba de exponer en alta voz sus opiniones y comentarios
burlescos.
- Venid y veréis
-llegaba de otra sala un escolar en busca de sus compañeros-. He
encontrado un cuadro con arroz con pollo. Debe ser una paella disecada.
- No seas animal
-le corrigieron cuando se plantaron delante de la obra de arte- ¿No
sabes leer? Aquí dice Puesta de Sol en
Estambul.
- Decid lo que queráis, pero esos son granos de
arroz, y eso bajocas verdes; incluso hay judiones… Si queréis se lo preguntamos
a doña Benedicta-Tu-Eres.
- ¡Arrea, aquí hay un rollo de papel higiénico,
colgando de la pared. Yo diría que más de uno lo ha usado por los pedazos que
se ven en ese rincón.
- Esta exposición es una buena mierda; por eso han
puesto un rollo de papel higiénico para que la gente se limpie después de
verla.
Unos más, otros menos, todos tomaron a chirigota
aquellas pinturas y esculturas. Aurelia, que tanta esperanza había puesto en su
Día de las Bellas Artes, se sintió
frustrada y le flaquearon las piernas. Se sentó en una silla que encontrón en
un rincón.
- Querida Aurelia, te estás sentando en una
escultura de Lorenzini -la recriminó su
amiga, doña Benedicta.
- Porque tú lo dices; pero como ésta tengo yo media
docena en mi casa.
La alcaldesa se levantó a duras penas, con la pamela
completamente desestabilizada, que le daba un aire de picador de toros.
- ¿Quedan aún más salas? -dio un bufido de vaca aburrida.
- Ven, te reservo una sorpresa -tiro del brazo y tras Aurelia se fue también
la silla de Lorenzini.
La llevó a una sala cuadrangular en cuyo centro
había una descomunal aceitera de hierro herrumbroso que echaba un chorrito de
agua.
- ¿Y esto?
-preguntó Aurelia, perdida toda curiosidad.
- ¿No lo adivinas?
-sonrió Benedicta, satisfecha- ¿De veras no sabes lo que es? ¿No te lo
imaginas? Ta-chín-ta-chín -dijo
Benedicta y tiró de la cortinilla que ocultaba una placa. Leyó solemnemente la
inscripción- “A la alcaldesa doña Aurelia
Sonsoles”.
- ¿Ésa soy yo?
-sacó Aurelia su voz cavernosa y se le desplomó la pamela.
La directora del museo, que no esperaba esa reacción
de su amiga, trató de explicarle el gran valor artístico de la obra.
- Bueno, verás. El escultor Bernardino Cifuentes,
del que todo el mundo habla… Yo le facilité un sinfín de fotografías tuyas y
algunas de tus biografías que se han publicado… Y fruto de todo ese estudio es
este estupendo retrato tuyo.
- ¿Me estás diciendo que esa aceitera panzuda soy
yo? -preguntó Aurelia a punto de
explotar.
- No exactamente
-la calmó doña Benedicta-Tu-Eres- Esa aceitera, como tú la llamas, es la
estereotipación asigmática de tu magma personal. Ahí se pueden ver,
comprimidos, los valores cívicos y espirituales que concurren en ti.
- ¿Y ese chorrito?
- ¡Ah, ese chorrito! Es el ramalazo folclórico-católico
que exhala tu persona; ¿o es que ya has olvidado que fuiste investida canóniga
bernarda?
- Bueno, si es así…
Aurelia, con tantas sorpresas para un solo acto,
pensó dar por concluida su visita.
- Estoy desolada, Aurelia -lloriqueó la directora del museo-. Este
pueblo nuestro es talmente inculto y cerril… En el año de la cultura, nuestra
ciudad hará el ridículo más espantoso.
- Sosiégate, mujer; ya se me ocurrirá algo.
Tan pronto como se fue doña Benedicta, Aurelia cogió
su móvil y, después de hurgar entre los pelos de su rubicunda cabellera
amazacotada de laca, logró aplicárselo a la oreja.
- Aló?, profesor Semper -se esforzó en modular su voz de la forma más
femenina posible.
- Oui, mademoiselle
-pensó el otro que le llamaba una modelo que había conocido en una
pasarela de París.
- Soy la alcaldesa
-se identificó, tomando su tono y timbre normal.
- A sus pies, doña Aurelia -dijo, desilusionado.
La alcaldesa le adelantó en pocas palabras lo
ocurrido en el museo y sus temores. A los pocos minutos, lo tenía sentado en su
despacho.
- Según la teoría del profesor Misinsky… -se puso a teorizar el tal Semper, moviendo a
izquierda y derecha su bella colita de caballo, trenzada con los pelos de su
cogote.
- Estése quieto, profesor, que me marea con tanto
bamboleo.
El catedrático con una mano se cogió el mechón
cogotil y con la otra se puso a escarbarlo cuidadosamente como si estuviese
buscando liendres. Siguió con su exposición:
- El acto de defecar, mi querida señora -siguió exponiendo su teoría sobre el arte-,
no es tan solo una necesidad fisiológica, Es un impulso íntimamente relacionado
con la psijé. Cuando se defeca, subconscientemente, uno se rebela contra toda autoridad
civil y religiosa, rompe con los lazos parentales…
- ¿Y qué pasa, mi querido profesor, si uno va
estreñido?
- Observación inteligente -le dijo, y se dispuso a contestarla-. El
estreñimiento, en contra de la apreciación vulgar, no reside en el ocularis anus, sino en el lóbulo
cerebral izquierdo. Ahí se producen las células estringes que son las que lo provocan. En definitiva, es la
dependencia edípica la que impide la normal evacuación -al advertir que los párpados de Aurelia se
iban cerrando cual nacarada persiana, abrevió-: A lo que íbamos. Defecar es un
acto relajante, liberador y eminentemente creativo. El retrete, señora, ha sido
el lugar donde filósofos y sabios se han recluido para elaborar sus teorías.
Allí los pintores, como Rafael o Miguel Ángel, concibieron sus obras maestras.
- ¿También el tal Tàpies? -le interrumpió.
- ¿Dónde cree que escriben sus encíclicas los papas?
Hasta los santos y los místicos recibieron sus revelaciones sentados en sus excusados…
¡Qué sería del mundo sin retretes!
- Dígame, profesor, también hay algún tipo de
supositorio…
- Andamos en ello
-contestó, dando un coletazo afirmativo y siguió con su tema-. Si
reorientamos el tiempo que los chicos pasan en los excusados, podríamos obtener
resultados espectaculares.
Siguiendo las sabias indicaciones del profesor
Semper, se repartieron por todos los colegios lotes de un papel higiénico
especial. Cada rollo llevaba impreso, como fotogramas de una película, todos
los cuadros del museo que habían sufrido rechazo.
- Los chicos
-le explicó el profesor a la alcaldesa-, en vez de pintar grafitis por
las paredes mientras evacuan, repasarán una y otra vez el papel que tienen en
sus manos. Sin darse cuenta se familiarizarán con el arte postmoderno.
Para lograr una mayor eficacia se nombraron
profesores cuya misión consistía en pasearse por la zona de servicios y animar
a los estreñidos. Todos los conocían por el mote de “aleop”, grito que iban repitiendo cada treinta y tres segundos.
Desde que se introdujo el “papel higiénico ilustrado”, era frecuente escuchar
conversaciones como éstas:
- Hoy me ha tocado un Asshole.
- Yo me he limpiado el culo con un Tàpies,
- Oye, Rogelio, tú, ¿con qué te lo has limpiado?
- ¡Qué suerte la mía! Hoy me ha tocado un Piiii-jo.
- ¿Cómo?
- Un Piiii-jo-láááááán. Andrés Pijolán.
- ¡Qué suerte!
- ¡Qué descanso!
Al cabo de tres meses de estas pruebas se pasó a la
segunda fase. A los chicos que iban a mayores se les entregaba un bloc de
dibujo y una caja de lápices de colores. Mientras estaban aposentados,
esperando pacientemente que se produjese el deseado descendimiento, debían dedicarse
a pintar, aprovechando momento de tanta concentración y potente creatividad.
Con el fin de que permaneciesen en ese nirvana el mayor tiempo posible, el
profesor Semper mandó modificar los menús del comedor. Las dietas debían
incluir manzanas, granadas, membrillos y toda clase de frutas astringentes.
Pronto se comprobó la bondad del método (la media de estancia pasó de 15 a 30 minutos) y la calidad
de las pinturas.
Con las hojas emborronadas por los muchachos, doña
Benedicta montó una exposición. Las pinturas producidas por los colegiales se
colocaron junto a cuadros de pintores famosos, siguiendo criterios de
similitud. El resultado fue extraordinario. Nadie lo hubiese podido imaginar.
Por primera vez en la historia del museo local se formaron colas kilométricas.
Los padres y las madres y las abuelas iban de acá para allá mostrando los
cuadros de sus familiares.
- Ven y verás el cuadro que ha pintado mi hijo -cogiéndole del brazo lo arrastraba hasta la
pared donde estaba colgado y lo señalaba con orgullo.
- Pinta como Antonio Tapies.
- Qué dices; es talmente un Federico Gurrumino.
Predominaban las pinturas a la cera, pero también
había otras cuyos osados materiales nadie quiso averiguar. Tampoco era difícil
deducir, habida cuenta de que tres conservadores se paseaban por las salas con
un ambientador en la mano. Flissss, flissss.
En el
catálogo que se editó, doña Benedicta-Tu-Eres tuvo la gran idea de emplear por
vez primera la expresión la constipation vague que pronto eclipsó a las anteriores nouveles vagues. Estos peintres débutantes también tuvieron,
como era de esperar, sus detractores que los englobaron en un despectivo mouvement
merde o mouvement cacá. Dimes
y diretes aparte, todos los críticos coincidían que los pintores constipés superaban en cinismo y
provocación a los pintores dadaistas.
- Al fin he logrado despertar entre mis
conciudadanos el amor al arte -dijo doña
Aurelia en el discurso de clausura-. Satisfecha y tranquila puedo afrontar el
reto que supone la nominación de nuestra ciudad como capital europea de bienes
culturales inmateriales.
Doña Benedicta-Tu-Eres preparó otra conferencia titulada
Influencia
del estreñimiento en el arte contemporáneo. ¿Cambian los gustos y los
pigmentos? A partir de las teorías del profesor Misinsky, se había
producido la que sería conocida como la tercera revolución de las bellas artes.
Sin embargo, ciertos expertos vieron la inconsistencia de aquella grande
bulle de merde y temieron que algún día explotase y acabara ensuciando
a tout le monde. La alcaldesa,
asesorada por el doctor Semper y por la directora del museo municipal, obvió
las críticas, seducida por el éxito del fenómeno del estreñimiento. Instituyó
para su ciudad el Día del General Estreñimiento, que se celebraría cada 13 de
septiembre, a la espera de que la
ONU , a su vez, la hiciese extensiva a toda la humanidad.
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