¿Es posible la Iglesia de los pobres?
¡Que el
árbol no nos impida ver el bosque!
¿Cómo
es posible que este obispo (mansión principesca a costa de los millones
hurtados a las aportaciones de sus fieles, obsesionado por el lujo, de vida
pomposa, con todas las agravantes que se quiera…) haya escandalizado a todo el
mundo? Lo único que ha hecho es vivir al modo
principesco que ha visto en “su” mundo. ¿Cómo viven los obispos, arzobispos
y cardenales de Alemania? ¿Cómo viven los obispos, arzobispos y cardenales en
España? ¿No son la mayoría de ellos obispos
con psicología de príncipes, burócratas
de despacho, carreristas en busca
incansable de los primeros puestos, politiqueros,
que se creen dueños de la voluntad de
Dios? ¿Tan pronto nos hemos olvidado del cardenal Ricard María Carles? Vive en un palacete, con chófer, secretaria,
personal de servicio y un Audi 6. ¡No es el director ejecutivo de una
multinacional, sino el cardenal emérito de Barcelona! ¿Tan pronto nos hemos
olvidado del cardenal Agustín García
Gasco y sus “pías memorias”,
tinglado de fundaciones cuya finalidad era disponer a su antojo de las millonarias
dejas y donaciones? ¿Ya nos hemos olvidado de las inmatriculaciones? Esa fiebre codiciosa que se ha despertado en
muchos obispos por apropiarse de los bienes del pueblo ¡e incluso de la mismísima
Mezquita de Córdoba! “La avaricia lleva a
la idolatría”, ha dicho el papa Francisco. ¿Ya nos hemos olvidado de las afiladas
uñas del cardenal Rouco, amenazando
con Caritas si se rebajan un ápice los privilegios de la Iglesia en España? (El
Foro de Curas de Madrid pide urgentemente que el relevo de Rouco sea un obispo del que
se pueda decir que es cristiano). ¿Se escandaliza alguien de la vida
palaciega que viven y en la que se desenvuelven los obispos, arzobispos y
cardenales de la Corte Vaticana? “La Corte es la lepra del papado",
ha asegurado el papa Francisco. ¿Se
escandaliza alguien de Villa Tevere,
la espléndida y lujosa sede generalicia
del Opus Dei? Ocho palacios que
forman un complejo tan inmenso que el mismo monseñor Escrivá solía hacer la siguiente observación: “Os aseguro que puedo tomar a un cardenal en
la entrada principal, llevarle a buen paso a través de las instalaciones,
pararnos media hora para comer en uno de los doce comedores que hay, seguir la
visita, y dejarle salir por la puerta de atrás a la hora de la cena, sin tan
siquiera haber visto ni la mitad de la casa”. ¿Nos escandalizamos de las
lujosas residencias y del tren de vida que llevan los miembros del Opus Dei, los Legionarios de Cristo y tantos
y tantos otros institutos y congregaciones que llenan los países del Primer Mundo?
¿Se escandaliza alguien de que los obispos (incluidos algunos de los países del
Tercer Mundo) vivan en palacios ¡con salón del trono incluido!? “Los jefes de la Iglesia han sido a menudo
narcisistas, adulados por sus cortesanos” (Bergoglio dixit). Tan
acostumbrados estamos de ver los palacios y la vida regalada de estos
mandatarios religiosos que no nos damos cuenta de que todos ellos son la más
palmaria negación del Evangelio.
Jesús dijo: “Es más fácil que una camello pase por el ojo
de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos” Lucas 18,25. Mayor
dificultad entraña, si cabe, que la Iglesia se convierta en la Iglesia de los
pobres.
Desde los
tiempos del emperador Constantino
(quizá desde los mismísimos apóstoles que codiciaban y discutían por los
primeros puestos), los obispos siempre han buscado el lujo, la riqueza y el
poder. Habrá honrosas excepciones, no lo dudo.
Francisco de Asís (cuyo nombre y
actitudes evangélicas parece dispuesto a retomar el papa Bergoglio), constató que los monjes de su tiempo habían
convertido sus monasterios en verdaderos reductos de poder, donde sus abades vivían
y se comportaban como príncipes de este mundo. Por eso no quiso que sus frailes
tuviesen casas. Se comienza construyéndolas; poco a poco se pasa a llenarlas de
cosas superfluas; luego se atiborran sus estancias de lujos y riquezas… y se
acaba por considerar todo eso como justos y merecidos derechos. Al final, se ven
obligados a coger las armas para defender sus privilegios, destruyendo de ese
modo la paz que Cristo trajo a este mundo.
El papa Inocencio III (considerado por algunos
el fundador de los Estados pontificios) vio un enemigo en Francisco de Asís y en sus ideas “revolucionarias”, un atentado
contra su concepción hierática de la Iglesia. No se fió un pelo del fraile.
¿Qué era eso de no tener más regla que el Evangelio? ¡Dios sabe adónde iría a
parar la Corte Papal y la Iglesia si alguien no le paraba los pies! Y se los
paró en seco. Le cambió el Evangelio por una Regla, políticamente correcta… De
entonce acá mucha agua ha corrido bajo los puentes, pero poco o nada ha
cambiado la mentalidad de la jerarquía católica. ¿Transformó algo el Concilio de Trento? ¿Cambió algo el Vaticano II?
“Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves del
cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” Mt 8,20. Esta
es la respuesta a un escriba que deseaba ser su discípulo.
Probablemente Jesús no inventó ese estilo de vida sino que optó por él. Cuando Jesús descubrió la vida de aquellos “hijos del Hombre que no tenían dónde
reclinar la cabeza” se hizo uno de ellos. Voluntariamente se situó en la
periferia, donde se encontraban los pobres, los enfermos, los leprosos, los
ciegos, los pecadores, los marginados, los desheredados de este mundo… Quiso compartir su suerte y ofreció su vida
para aliviar sus penas y sufrimientos: "Venid a mi todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré" Mt 11,28. La única
forma que tenía Jesús de estar con los pobres es hacerse uno de ellos. Asumió
su causa y su suerte no para predicarles la resignación sino para enseñarles a
luchar por su dignidad. Seguir a Jesús, ser sus discípulos, supone ser capaces
de vivir en lo esencial (sin lo superfluo), provisionalmente, sin la coraza de seguridad
que da las posesiones de este mundo.
José M. Castillo ha escrito: “La comisión de ocho cardenales, que ha
designado el papa Francisco,
trabaja intensamente estos días para ofrecer a los cristianos un proyecto de
renovación de la Iglesia… Todo esto es conveniente, es importante, es
sobre todo necesario. Pero, resolviendo los problemas administrativos, que se
refieren a la gestión y al gobierno de la Iglesia, ¿con eso, nada más, esta
Iglesia que tenemos va a responder a las
cuestiones de fondo que hoy se plantean tantas personas de buena voluntad,
que le buscan un sentido a sus vidas y una solución a este mundo tan
desquiciado? … el problema capital, que aquí encontramos, está en que el centro de la vida de la Iglesia no es el
Evangelio, sino la Religión, con sus “dogmas”, sus “leyes” y sus “ritos”… el
problema no se resuelve manteniendo los “dogmas”, reforzando las “leyes”, y
haciendo que los “ritos” resulten más solemnes o más fáciles... Todo esto no
servirá sino para que la Religión cobre fuerza y la gente sea más “religiosa”… seremos más “religiosos” pero menos
“evangélicos”. Si algo hay claro en los evangelios, es que Jesús se puso de parte de los enfermos,
de los pobres y de los marginados enfrentándose
a muerte con la Religión…”
Después de estas consideraciones y vistos los pasos ¿dubitativos?
hacia adelante y hacia atrás, que va dando el papa Francisco [como
último botón de muestra, ahí está la solemne y masiva beatificación de los Mártires Españoles del Siglo XX donde el
papa salió del paso con un anodino
mensaje (dicho con todo respeto), mientras que el cardenal Angelo Amato, su “enviado adlatere”, purpurado de la vieja guardia,
se recreaba en una larga homilía, repleta de soflamas político-religiosas] he llegado a la conclusión de que la sombra del gatopardo se cierne sobre el
vaticano.
"Se vogliamo che
tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi" (Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie).
La paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi
di Lampedusa significa: "cambiar todo para que nada cambie".
Desde entonces, se llama "gatopardista" al
político que inicia una transformación revolucionaria pero que en la práctica
sólo intenta alterar superficialmente las estructuras de poder, conservando
intencionadamente lo esencial de dichas estructuras.
¿Será el caso del papa
Francisco? ¿Podrá imponerse a las poderosas fuerzas que le son adversas?
¿En qué quedará esa Iglesia de los
pobres que él añora? Ahí están, como decía, las recientes beatificaciones
de Tarragona y la del ultraconservador Juan
Pablo II que se espera… Me parece que ese “discernimiento” ignaciano del
que tanto se habla, no le funciona del todo. En la Iglesia puede que quepan y
se puedan integrar distintas “sensibilidades”,
pero no hay que confundir sensibilidades diferentes con distintas y opuestas “concepciones de Iglesia”. No se puede servir
a dos señores… Jesús no trató de
complacer a todos. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz, y sígame. No trató de congraciarse con la religión
oficial. Habló claro (sí, si; no, no) y tomo una decisión y un único camino.
Por eso lo crucificaron. ¿Le ha fallado al papa el “discernimiento” ignaciano?
¿Acabará la Intendencia Vaticana (de la que habla Celso Alcaína) con el papa Francisco?
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