EL
SEXTO: NO DIMITIR
Según nuestra sabiduría popular, “en España sólo dimite
Benedicto XVI que ni es español ni está imputado”…
Si
examinamos los argumentos de quienes se mantienen tan firmes en ese
mandamiento, podremos medir, no su altura moral (que no debemos juzgar
nosotros), pero sí su capacidad lógica. Eso nos permitirá deducir que: o son
tontos (si se creen ese argumento) o mienten (si la cabeza les funciona como
para percibir que el argumento no vale).
“Quieren
amedrentarme y no me voy a amedrentar”.
Pero la obligación
de dimitir no brota de las aviesas intenciones de los acusadores, por bajas que
sean, sino de la verdad de las pruebas aducidas. Si éstas son ciertas, no se
volverán falsas por la mala intención de quien las esgrime. Decían los romanos
que “la mujer de César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. Quizá
nuestros políticos sean muy honrados, pero no se preocupan nada por parecerlo.
Bueno sería que esa “ley
de semiopacidad” que
prepara el gobierno (y que ellos llaman ley de transparencia, siguiendo la
norma de cambiar el nombre de las cosas en vez de cambiar a éstas), precise
legalmente que, la mera aparición de una acusación no impone ya obligación
legal de dimitir; pero que si un juez ve indicios como para imputar, entonces
la dimisión sea obligatoria para cualquier político. Aclarando que se obliga a
renunciar a todos los cargos políticos; no sólo a aquellos más ornamentales o
menos rentables…
Pero eso no basta. Deberíamos aplicarnos del refrán:”los
pueblos tienen los políticos que se merecen”. Miremos si no a Italia: cuando a
un señor (Berlusconi) se le sigue votando, resultan hipócritas los lamentos
posteriores… Los ciudadanos, al votar, argüimos: será un sinvergüenza pero es nuestro sinvergüenza. Tal modo de
razonar brota de un
fundamentalismo religioso respecto de los partidos a los que sacralizamos
convirtiéndolos en iglesias, siendo nuestro partido “la única iglesia
verdadera”. Por eso buscamos a veces esta falsa escapatoria: “sí, ya
sé que está mal pero el otro es peor”. Pues lo lógico no es que sigas votando al malo, sino que no votes ni al uno
ni al otro. Y si crees que no hay más alternativas, entonces vota en
blanco.
Si
siguen sin dimitir, comencemos nosotros
por dimitir de ellos. Al menos servirá para no ser cómplices de aquello
mismo de que les acusamos.
(leído
en el blog de José Ignacio González Faus
- 1 Junio 2013)
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