LA CODICIA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES NO TIENE LÍMITES
A la chita callando, los obispos españoles han ido inscribiendo a
nombre de la Iglesia Católica todos aquellos bienes (ermitas, prados, huertos, iglesias,
fincas rústicas y urbanas, casas parroquiales… ¡hasta la Mezquita de Córdoba!)
que los vecinos y fieles (¡qué ingenuos!)
creían que eran del pueblo. ¡No les basta con todos los privilegios que tienen!
Según publican varios
medios de comunicación, en estos últimos años, los funcionarios episcopales han
inscrito en los registros públicos de la propiedad un total de 4.500
fincas a nombre de la Iglesia Católica.
A la vista de tan desvergonzada
avidez, no estará de sobra recordar, para su vergüenza, las recomendaciones de
Jesús:
* “Guardaos de los
escribas, que gustan pasear con sus amplias vestiduras y quieren ser saludados
en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros
puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so pretextos
de largos rezos. Esos tales tendrán una condena muy severa” (Lc.
20, 46)
* “No amontonéis
riquezas en la tierra donde hay polilla y herrumbre que las corroen, donde hay
ladrones que socavan y roban. En cambio amontonaos más bien riquezas en el
cielo… Porque donde tengas tu riqueza, allí estará también tu corazón”
(Mt. 6, 19)
* “Si quieres ser
un hombre perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres (Mt.19, 21)
“Cómo
quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”
Cuando oí esas primeras palabras del papa
Francisco, me sonaron a nostalgia, a melancólica añoranza... A un deseo quimérico,
inalcanzable; como quien sabe que quien se atreva a acometer esa empresa, morirá
en el intento. El papa Francisco no ignora que tiene ante sí una muralla más inexpugnable
que aquella de Jericó. Los jerarcas de la Iglesia Católica han ido acumulando demasiado
poder, demasiada codicia, demasiado lujo, demasiados intereses espurios… para
que ahora venga un papa a hablarles de humildad y pobreza; y eche por tierra su Templo, esa cueva de ladrones, como dijo Jesús.
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