viernes, 10 de mayo de 2013


LA CODICIA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES NO TIENE LÍMITES

 ¿Quién no ha oído hablar de las famosas inmatriculaciones?
A la chita callando, los obispos españoles han ido inscribiendo a nombre de la Iglesia Católica todos aquellos bienes (ermitas, prados, huertos, iglesias, fincas rústicas y urbanas, casas parroquiales… ¡hasta la Mezquita de Córdoba!) que los vecinos y fieles (¡qué ingenuos!) creían que eran del pueblo. ¡No les basta con todos los privilegios que tienen!
Según publican varios medios de comunicación, en estos últimos años, los funcionarios episcopales han inscrito en los registros públicos de la propiedad un total de 4.500 fincas a nombre de la Iglesia Católica.
A la vista de tan desvergonzada avidez, no estará de sobra recordar, para su vergüenza, las recomendaciones de Jesús:
* “Guardaos de los escribas, que gustan pasear con sus amplias vestiduras y quieren ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so pretextos de largos rezos. Esos tales tendrán una condena muy severa” (Lc. 20, 46)
* “No amontonéis riquezas en la tierra donde hay polilla y herrumbre que las corroen, donde hay ladrones que socavan y roban. En cambio amontonaos más bien riquezas en el cielo… Porque donde tengas tu riqueza, allí estará también tu corazón (Mt. 6, 19)
* “Si quieres ser un hombre perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres (Mt.19, 21)
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Cómo quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres
Cuando oí esas primeras palabras del papa Francisco, me sonaron a nostalgia, a melancólica añoranza... A un deseo quimérico, inalcanzable; como quien sabe que quien se atreva a acometer esa empresa, morirá en el intento. El papa Francisco no ignora que tiene ante sí una muralla más inexpugnable que aquella de Jericó. Los jerarcas de la Iglesia Católica han ido acumulando demasiado poder, demasiada codicia, demasiado lujo, demasiados intereses espurios… para que ahora venga un papa a hablarles de humildad y pobreza; y eche por tierra su Templo, esa cueva de ladrones, como dijo Jesús.

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