En mi novela (todavía inédita) "El abogado del diablo" sale a colación este cardenal, recientemente fallecido. Transcribo lo que el protagonista de mi novela dice de él:
El cardenal Martini, bestia nera de Ratzinger (¡que se atrevía a pensar por su cuenta y
decir en voz alta lo que pensaba, que jamás repetía servilmente el runrún
oficial!) era el único que podía disputarle la silla. A mi parecer, el
arzobispo de Milán (mente abierta, dialogante, máximo representante de la línea
liberal, tan sabio o más que Ratzinger), cometió el grave error de presentarse
al cónclave apoyado en un bastón, exhibiendo de ese modo su frágil salud. El
padre Toniolo, de Sant’Andrea della Valle, experto en vaticanerías, cuando, a posteriori, hemos discutido sobre ese
punto, me ha confesado:
- El cardenal Martini lo hizo a propósito, con plena
conciencia. No podía ignorar que, al presentarse de ese modo, estaba gritando:
“Estoy enfermo, por favor, no me elijáis”. Él mismo se autoexcluyó.
Ciertamente. Al cardenal Martini le ha faltado
ambición; la que le sobra a Ratzinger. No planteó batalla. Se asignó el papel
de perdedor y marcar de cerca y abiertamente al todopoderoso Inquisidor, hasta
convertirse en el anti-Ratzinger, papel que ha cumplido hasta el día de hoy.
Fue de los pocos cardenales que no se dejó amedrentar ni comprar por un plato
de lentejas. No obstante, de haberse levantado Martini con la tiara, ¿cómo
hubiesen reaccionado los cardenales ultraconservadores, que son mayoría? ¿Cómo
agachar la cabeza y confesar que era “blanco” lo que durante décadas habían
dicho y repetido que era “negro”? ¿Hubiésemos tenido un segundo “caso Luciani”?
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