TENGO LA CONCIENCIA
TRANQUILA
Esta es la cantinela de la
mayoría de los políticos presuntamente
corruptos. Lo dicen seguros de sí, sin ruborizarse, tan cínicamente que se
extrañan de que sus conciudadanos no den crédito a sus palabras. Poner la mano en el fuego como acudir a
la propia conciencia son frases tan obsoletas como hueras.
No cabe duda de que buena parte
de estos políticos corruptos habrán
estudiado en prestigiosos colegios de la Iglesia. Allí les habrán enseñado que
la conciencia moral discierne entre el bien y el mal y ordena a la persona a practicar el bien y evitar el mal. Claro que,
puestos a aprender, también habrán aprendido todas las argucias para moldear la
propia conciencia, adaptándola a sus propios apetitos y codicias terrenales; al
modo que el leguleyo, sagaz y sin escrúpulos, busca los resquicios de la letra
de la ley para violar su espíritu, pervirtiendo de ese modo el recto orden de
las cosas. ¡Ay, esa peligrosísima casuística
que en otro tiempo hizo célebres a los jesuitas! A estas conciencias, erróneas
o pervertidas, de manga ancha, siempre
les queda como último recurso el sacramento de la confesión, que, mediante un “ego te absolvo”, les perdona las culpas,
les exonera de toda responsabilidad y les deja tan blancos y tranquilos como el
día de su primera comunión.
Los ciudadanos no necesitamos manos abrasadas ni conciencias tranquilas sino conciencias rectas, para lo cual es
absolutamente imprescindible la sinceridad, la honradez, la honestidad consigo
mismo y con los demás. ¿Sinceridad? ¿Honestidad? ¿Honradez? ¿Respeto a la
verdad? ¡¿De qué estamos hablando?! En un país donde la mentira campa a sus anchas,
se tergiversa el lenguaje hasta extremos ridículos, se engaña a los ciudadanos sin
el menor rubor (donde digo “digo”, digo Diego), ¿qué sentido tienen esas palabras?
Las doctrinas de Maquiavelo se han instalado, sin darnos cuenta, en nuestra
clase política, en todas las instituciones, por muy altas que sean…
¿Dónde está la Iglesia Católica,
guardiana de la ley natural, de las esencias cristianas, reserva espiritual de Occidente? ¿Dónde los
obispos y cardenales, otrora tan combativos? Callan. ¡Oremos al Señor! No quieren incomodar
a los suyos. No se les ve en la calle
donde los ciudadanos claman, llenos de impotencia y de rabia. Lo suyo nunca ha
sido los problemas terrenales, y menos las algaradas y el desorden. Miran para
otra parte, sin querer que se les recuerde el aforismo que acuñaron sus propios teólogos moralistas : “qui tacet consentire videtur" (quien
calla, otorga).
¡Ay, cómo está el patio (el solar patrio, que diría aquél)
No hay comentarios:
Publicar un comentario